martes, 11 de diciembre de 2007

HABLAN LAS IYALOCHAS

A partir de su situación dentro de la práctica religiosa la iniciada va condicionando su subjetividad, la que se construye por medio de un conjunto de valores e ideas, etc., que consciente o inconscientemente van incorporando a su experiencia religiosa y la que se refleja en su forma específica de abstraerse y accionar sobre la realidad.

Pero es precisamente el carácter totalizador que ella tiene de la fe, lo que le impide sentirse limitada o discriminada, como podemos observar en los planteamientos de algunas iniciadas:

-"La mujer es más valiosa si el hombre reconoce su autoridad religiosa"

-"Lo que no podemos hacer en nuestro ritual es lo que está establecido en nuestra religión".

Planteamientos que, lógicamente, responden no sólo al grado y a la intensidad de la fe de la iniciada, sino a su patrón de identificación.

Pero hay iniciadas que sin proponerse transformaciones, asumen una actitud diferente. En tal sentido, en su discurso testimonial no sólo encontramos una manifestación subjetiva o un modelo personal de lo que significan para cada una de ellas sus creencias religiosas; su testimonio es también el reflejo de la realidad social donde se desenvuelve y la interacción comunicativa que se establece entre sus hermanos/as de fe.

Esas voces testimonian todo aquello que no es tolerable, lo que existe como carencia; expresan también las relaciones de conformidad o no, exclusión y reto, que va constituyendo su particular identidad religiosa y su modo de asumirse como mujeren esa esfera. Lo podemos apreciar en los planteamientos siguientes:

Nosotras podemos realizar cualquier función, no hay nada que nos lo prohiba, pero, por un problema económico los hombres se han ido adueñando de muchas actividades (...)(Omo Ochún, doce años de iniciada.)

En la santería no hay nada que la mujer no pueda desempeñar, lo que está vedado es por el hombre. Me hubiera gustado ser babalawo, pero, al no poder lograrlo, estudio a la par de ellos, y no sólo el caracol, sino leo bastante de Ifá, que es donde nace todo lo concerniente a la religión. De esa forma me igualo bastante a ellos en conocimientos. (lyalocha condiecisiete años de iniciada con Yemayá.)

En la mayoría de las iniciaciones que he asistido soy Feicitá (persona encargada de llevar la libreta). Eso me gusta, porque así puedo expresar mis conocimientos y brindarlos a mis hermanos/as de fe y hacer más esclarecedor el Itá de los iyawó que se inician. (lyalocha con veinticuatro años de iniciada. Obatalá oricha de cabecera.)

VALORACIÓN SOCIAL

Durante mucho tiempo la Regla Ocha fue muy discriminada. Pertenecer a ella no otorgaba prestigio social. Por tal motivo una parte de la población practicante no se identificó con la misma con un sentido de pertenencia.

En el tratamiento recibido por los creyentes, históricamente han primado actitudes y comportamientos prejuiciosos, raciales, sociales, culturales, religiosos, discriminatorios y de rechazo.

Estereotipos racistas marcaron a esas/os creyentes. En el caso que nos ocupa, primero a la mujer negra iniciada, segundo, a la blanca de los sectores más humildes que también compartió su misma fe. Reducidos espacios, por no decir ninguno, tuvo aquella mujer en la República neocolonial, independientemente de que a ella como iyalocha, o santera, llegaba todo aquel sin distingo de raza, clase o credo que tuviese un problema difícil que resolver.

Después del triunfo de la Revolución, a las capas más humildes de la población se les posibilitó un mayor ascenso en la escala social de acuerdo con sus propios valores. Pero la militancia en esa religión traía aparejada la discriminación abierta o solapada. Se llegó a pensar que la misma limitaba el desarrollo intelectual de sus devotos/as, lo que ha quedado descartado. En la Regla Ocha hay iniciados/as de todo tipo de profesión y ocupaciones.

No obstante, esos/as creyentes, y en el caso que nos ocupa la mujer iniciada, no reciben una adecuada valoración o reconocimiento social. Pero independientemente de eso, por su alta autoestima, muchas de ellas hacen uso de los espacios sociales que están a su alcance para exponer, desprejuiciadamente, los conocimientos que le brinda su militancia religiosa, reciban o no reconocimiento social.

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