domingo, 9 de diciembre de 2007

Origen de la Maldición de Oggún
Escrito por Tomás Pérez Medina - La Santería Cubana


Se dice que Obatalá vivía con Yembó, su mujer; junto a eHos vivían Elegguá, Oggún, Ochosi, Ozun y también tenían a Dadá, pero no vivía con ellos. Obatalá salía todos los días a trabajar, dejando a sus hijos en la casa, y cuando regresaba, Ozun era el que tenía que decirle lo que había pasado. Oggún era el que más trabajaba en la casa, por eso era muy mimado r todos tenían que obedecerle.

Oggún se enamoró de su mamá Yembó y quiso violarla muchas veces y obligarla a hacer algo indigno de un hijo bueno; pero Elegguá siempre estaba vigilando, se lo decía a Ozun y éste le llamaba la atención a Oggún. Este, que era el cocinero de la casa, viendo que Elegguá le estorbaba para sus planes, empezó a darle menos comida. Cuando éste se dio cuenta de que Elegguá se lo había dicho a Ozun, discutió con Elegguá y lo echó de la casa. Elegguá se quedó en la esquina dando vueltas sin entrar, mientras, Oggún cogió cuatro sacos de maíz y se los dio a Ozun, para entretenerlo comiendo y así no pudiera delatarlo, pero Elegguá no perdía de vista a Ozun.

Todos los días Oggún, a una misma hora, cerraba la puerta, como Ozun estaba comiendo, no veía nada. Un día Elegguá esperó a Obatalá y le dijo: «Papá, yo tengo algo que decirle, hace muchos días que no como.» «Por qué?», respondió Obatalá, y Elegguá le dijo: »Porque Oggún me echó de la casa»; entonces Obatalá le dijo: «Por qué?», y Elegguá respondió: »Porque Oggún no quiere que yo vea lo malo que él está haciendo en la casa» y Obatalá le preguntó: »Y cómo Ozun no me ha dicho nada?», Elegguá le contestó: <>Porque Oggún le da a Ozun mucha comida y éste se queda dormido»; entonces Obatalá le dijo: »Imposible, Ozun no puede acostarse y mucho menos quedarse dormido.» Elegguá le respondió: »Bueno papá, no diga nada de esta conversación y mañana, levantándose como de costumbre, sale para su trabajo, y a la hora, regresa a casa para que con sus propios ojos lo vea.» Aquello dejó muy triste a Obatalá, quien aquella noche no pudo dormir con tranquilidad, soñando y delirando todo el tiempo. Al otro día, Obatalá salió hacia su trabajo como de costumbre, pero se escondió detrás de los matorrales de mangle que había allí, y desde aquel lugar vio a Ozun acostarse y quedarse dormido al instante y también a Oggún cuando cerró la puerta. Obatalá lloró de sentimiento, cogió un bastón de mangle para apoyarse, porque le faltaban las fuerzas, y poco a poco, se acercó a la puerta de su casa, faltándole las fuerzas alzó el cayado y tocó a la puerta. Yembó oyó y dijo: «Tú ves, Oggún, qué necesidad tenía yo de buscarme este lío?», añadiendo: «Qué se va a hacer, yo abriré la puerta.» Oggún viendo que Yembó no era culpable, dijo: «Esto no, mamá, yo soy un hombre, seré el que abrirá la puerta», pero al hacerlo encontró que Obatalá tenía levantada la mano, para maldecirlo, y otra vez se anticipó y le dijo:

«Papá, no hables, no me eches maldición, yo mismo lo voy a hacer y mi maldición será que mientras que el Mundo sea Mundo, todo el trabajo que yo haga en este, Yo Oggún Aguanillé, Oggún ñanañile, Oggún cobú cobú, Ogún tucumbó; yo, Papá, de día y de noche trabajaré sin cesar para sostenerme.» Obatalá dijo:

«Ashé» (así sea); entonces Obatalá entró y dijo: «Yembó»; mas Oggún contestó: «No papá, mamá es inocente, no la culpes», y entonces Obatalá dijo a Oggún: «Tú no puedes vivir dentro de esta casa»; llamó a Ozun y le dijo: «Yo confiado en ti y tú por la comida te has vendido, desde ahora en adelante Elegguá estará de guardián y si Elegguá no come, nadie comerá en mi casa; tú, Elegguá, no pasarás más hambre y en esa puerta para entrar y salir hay que contar contigo; lo bueno y lo malo tú eres quien lo deja entrar y salir, y tú, Yembó, no voy a maldecirte, pero sí te digo que cualquier hijo varón que tengamos, yo, Obatalá, lo ma- taré»; Yembó lloró, sin decir ni una sola palabra. Oggún se fue y se hizo Oggún Alaguedé y empezó a trabajar en una herrería.

Pasa el tiempo y nace Orula, Obatalá lo coge, sin decir una sola palabra, se lo lleva lejos de allí; pero Elegguá lo sigue. Obatalá llega a un lugar donde había una mata de ceiba (araba), abre un hoyo y entierra a Orula hasta la cintura con los brazos hacia abajo, dentro de la tierra. Elegguá ve todo eso y se lo cuenta a Yembó, ésta llorando, le mandaba a escondidas todos los días comida a Orula con Elegguá; pero desde el momento en que Obatalá enterró a Orula, se olvidó de todo.

Poco después nació Shangó, era un niño muy hermoso. Obatalá lo cogió entre sus manos, se compadeció de él y no quiso hacerle daño; entonces pensó que Dadá, su hija mayor, podía cuidarlo, ya que vivían separados, y así no viendo a Shangó, no podía hacerle daño, y se lo llevó para que lo criara Dadá. Pasaron los primeros años, un día Dadá quiso que Shangó viera a sus padres; lo vistió con un traje muy limpio y se lo llevó a Obatalá; cuando éste lo vio se puso contento, en cambio Yembó estaba triste, porque se acordaba de Orula. Shangó estaba vestido de colorado. Obatalá se lo sentó en las piernas y Shangó le preguntó por qué su mamá lloraba y no estaba contenta con él. Obatalá le respondió: «Yo te lo diré con calma, hijo mío», y le dijo a Dadá:

«Quiero que todos los días me traigas a Shangó», y Dadá así lo hizo. De ahí nace el canto de Shangó, que dice: «Achá guó guó» (siendo chiquito Shangó, Obatalá le contaba toda su vida). Dadá traía diariamente a Shangó junto a Obatalá y éste sentándolo en sus piernas, le contaba día a día lo que Oggún había hecho.

Así creció Shangó, pero con odio y rencor hacia Oggún.
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