viernes, 7 de diciembre de 2007

ORISHAS

Más de cuatrocientas deidades se ubican a la derecha de Olofin -el supremo hacedor del Universo- y constituyen la representación de los mejores principios morales y afectivos. Otras doscientas entidades, francamente malignas y negativas, se encuentran a la izquierda del Pater Universalis yoruba.

Entre los más conocidos, identificados con las fuerzas naturales elementales o fenómenos de la vida, se encuentran:

Eleggua:

Orisha de los caminos y del destino de los hombres, es el primero de los cuatro guerreros (Eleggua, Oggun, Ochosi y Osun) y el primero entre todos, pues Olofin le dio esa potestad. Protege el hogar y es la personificación del azar. Forma pareja con Eshu, el que está presente en todas las desgracias. Ambos se complementan, ya que no puede haber seguridad sin peligro, sosiego sin inquietud.

Eleggua se desdobla en cientos de avatares que constituyen otras tantas expresiones o circunstancias de la existencia universal. Eleggua lleva collar rojo y negro, lo mismo que sus atuendos, consistentes en chaquetilla, pantalón y sombrero. En la mano empuña el garabato, una especie de gancho de tronco de guayaba de dos o tres pies de largo, vestigio del atributo que lo distinguiera como deidad fálica en los albores de la cultura yoruba.

Oggun:

Uno de los más antiguos del panteón yoruba. Dios de los minerales y las herramientas. Patrón de los herreros y herrero él mismo, domina también los secretos del monte y sabe utilizarlos en encantamientos. De gran fortaleza física, personifica al guerrero por excelencia y al hombre irascible y violento. Sus hijos son los ideales para el sacrificio de los animales (Achogunes), pues Oggun es el dueño del kuanagdo (cuchillo ritual).

Se viste de mariwo (sayo de hojas de palma) y con una cinta en la cabeza. Empuña un machete, con el que corta la maleza por donde transita. Sus collares son de cuentas verdes y negras, y en ocasiones se suman las moradas.

Obatalá:

Deidad de la pureza y por ello dueño de todo lo blanco y de la plata. Creador de la tierra, culminó la obra de Olofin al terminar de formar la cabeza de los hombres, por lo que gobierna sobre los pensamientos y los sueños.

Es misericordioso y amante de la paz y la armonía. Todos los demás orishas lo respetan y lo buscan como abogado, pues la misión a él encomendada por Olofin fue la de hacer el bien.

Obatalá viste de blanco y su collar es del mismo color. Sólo Ayáguna, un Obatalá joven, lleva una cinta roja diagonal en el pecho, símbolo de cuando fue guerrero y limpió su espada para repugnar y abandonar la violencia.

Yemayá:

Madre de la vida, es dueña de las aguas y representa al mar en las costas. (En las profundidades, el océano, recibe el nombre de Olokun) fuente fundamental de la vida en el planeta. Considerada madre de casi todos los orishas, sus castigos son duros y su cólera terrible, aunque actúa con justicia. Su vestido señorial es de un azul intenso, igual que las cuentas de su collar, que se alternan con otras transparentes.

Oshún:

Diosa del amor, de la feminidad y del río, con el que simboliza la purificación. Símbolo de la coquetería, la gracia y la sensualidad femeninas. Acompaña a Yemayá y fue la que trajo a los hombres el caracol (el primero que habló) para que los orientara por medio del oráculo y lo utilizaran como moneda. Por eso se dice que con ella viene la riqueza.

Fiestera y alegre, viste un lujoso atuendo amarillo, con seis pulseras doradas. Su collar es también de cuentas amarillas y ámbar.

Chango:

Orisha del fuego, del rayo y del trueno, de la guerra, del baile, la música y la belleza viril. Representa el mayor numero de virtudes e imperfecciones humanas: trabajador, valiente, buen amigo, pero también mentiroso, mujeriego, pendenciero, jactancioso y jugador.

Gracias a un recurso secreto que le preparo Ozain, el dios de la vegetación, podía despedir lenguaradas de fuego por la boca, con lo que vencía a sus enemigos. De él se cuentan tantas historias que podrían llenar un grueso tomo de atractivas anécdotas.

Changó usa camiseta holgada y pantalón hasta las pantorrillas, todo blanco con ribetes y adornos de color rojo intenso y en su collar se alternan ambos colores. Empuña siempre un hacha doble, de madera.

Oya:

Diosa de las centellas, los temporales y los vientos. Violenta e impetuosa, ama la guerra y acompaña a Chango en sus batallas. Es también la dueña del cementerio, en cuya puerta vive, cerca de Oba y Yewá, las otras “muerteras”.

La distingue el colorido de su saya, de nueve colores menos el negro, y el iruke (especie de escobilla elaborada con crin de caballo) que blande en su mano derecha. El collar es de cuentas marrones con listas blancas y otra negra más fina en el centro de éstas.

Orula:

Orisha de la adivinación y de la sabiduría. Rige el culto de Ifá y es quien permite a éste comunicarse con los humanos mediante los Babalawos -los sacerdotes de la Ocha, que pueden ser sólo hombres y sin indefiniciones sexuales-, quienes se apoyan en el Tratado de Oddun o Libro Sagrado.

Como dueño de la sabiduría, tiene la posibilidad de influir sobre el destino, incluso el más adverso. También es considerado como gran médico y cuenta para ello con el auxilio de Ozain, el dios de la vegetación y, por ende, de todos los remedios.

Sus seguidores se distinguen por llevar una manilla de cuentas verdes y amarillas.

Otros orishas venerados o que "se reciben" son Babalú Ayé, Aggayú, Oddua, los Ibeyis, Inle, Orichaoko, Oggue y Dadá, entre otros.

En Ocha, la ortodoxia (y lo que el razonamiento podría aceptar como más apropiado dentro de la lógica del pensamiento religioso) establece siete días para completar el "segundo nacimiento", que es, conceptual y espiritualmente, como se considera al rito de "hacer santo", o sea, entregar al iniciado determinados poderes o funciones o "asentarle el santo" del cual es hijo.

En uno de los días de la iniciación, al individuo en proceso de consagración "se le lee el Itá", un complejo ritual oracular que dejará establecidas las normas y preceptos que deberá observar en su comportamiento social y religioso futuro.

Al termino de los ritos, absolutamente reservados, comienza la etapa de "yaworaje", que dura un año. El iyawó es distinguible con facilidad: viste completamente de blanco y lleva también una cobertura blanca (boina en el caso de los hombres y turbante en el de la mujer) sobre la cabeza rapada.

Del cuello penden innumerables collares de cuentas, representativos de los principales orishas o santos del panteón, y en la muñeca lleva la manilla del santo "asentado", o guardián, o de cabecera. Por esta última puede saberse cuál fue el orisha que se “asentó".

Después del año de iyaworaje, el iniciado podrá participar en todas las actividades culturales y realizar cualquiera de los ritos de la fe, excepto las prohibidas en su Itá.

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